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Nuestras calles (VII): Fernando Chueca Goitia

por N. Romero el 09/10/2016

​Uno de los personajes imprescindibles para conocer la historia de la arquitectura española del S.XX tiene una calle dedicada en nuestro barrio. Fernando Chueca Goitia fue uno de los arquitectos más destacados del pasado siglo, historiador y erudito. Todo un prodigio de la cultura que dejó Madrid regada de emblemas en forma de edificios, restauraciones y obras que forman ya parte de nuestra identidad.

​Nacido en Madrid en 1911, se empapó de arquitectura desde pequeño. En casa tenía un gran ejemplo, su padre, el ingeniero industrial Ángel Chueca, pionero en la creación de estructuras metálicas para la construcción de grandes obras arquitectónicas, y que fue autor, entre otras, de la estructura del Palacio de Comunicaciones de Madrid, actual sede del Ayuntamiento de la capital.

Con semejante ejemplo, unido a su inquietud y brillantez, no era de extrañar que acabara destacando desde muy joven en la rama elegida, la arquitectura. Se tituló en 1936, a las puertas de la Guerra Civil, y pronto tuvo que derivar hacia otras disciplinas. Participó en varias acciones, ninguna violenta, que no gustaron al régimen. Acabó siendo depurado en 1942 y apartado de su profesión por unos años, en los que se dedicó a la historia de la arquitectura.

Aunque posteriormente, levantado ya el “castigo”, retomara su actividad creadora, nunca dejaría ya su labor investigadora y divulgadora, lo que le valió para ser nombrado miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y miembro de la Real Academia de la Historia.

Fue autor, entre otras, de la inmensa obra Historia de la arquitectura española. Edad antigua y media (1964), que completó en 2001 con el tomo Edad moderna y contemporánea. Como reconocimiento a su ingente labor historiográfica y de divulgación, recibió el Premio Nacional de Historia de España en 2002, al final ya de su larga y prolífica vida (falleció en Madrid en 2004, con 93 años). También, anteriormente, fue Premio Nacional de Arquitectura.

Una de sus principales actividades profesionales, por las que fue conocido y reconocido, fue la restauración de grandes obras arquitectónicas de distintas épocas y estilos. La lista es interminable, pero destacan algunas como las restauraciones de la Catedral de Valencia, Monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja), Catedral de Palencia, Palacio de Carlos V (Granada), El Oratorio del Caballero de Gracia (Madrid), el Panteón de Goya en la Ermita de San Antonio de la Florida (Madrid), etc…

Palacio de Carlos V (Granada)

Fue reconocido a nivel mundial como uno de los máximos expertos en la conservación y restauración de los monumentos y conjuntos urbanos, la integración de los conjuntos clásicos o antiguos en las modernas urbes. Partiendo de posturas nada dogmáticas, trato de hacer convivir el respeto por lo clásico, las ideas originales de los creadores, para su integración armónica en nuestros entornos urbanos actuales. Un ejemplo es el Museo Lázaro Galdiano. Y el más icónico, antes del polémico Moneo y su controvertido trabajo, fue su ampliación del Museo del Prado, en la década de los 50, que además anticipó en cierta forma la futura integración con el Claustro del Monasterio de los Jerónimos. Un adelantado a su tiempo…

Museo Lázaro Galdiano

Pero hay una obra que culmina toda una vida, por la que será recordado y reconocido en el imaginario colectivo: la finalización de la Catedral de la Almudena, en Madrid. Tras decadas de obras, de semiabandono y olvido, la Catedral de la Almudena se terminó en 1993, tras 43 años de trabajo de Chueca Goitia y Carlos Sidro, que dieron al edificio el aspecto actual y permitió el uso confesional católico tras la consagración por el Papa Juan Pablo II. Fue la culminación a una prolífica vida, la guinda a una trayectoria brillante.

Catedral de Nuestra Señora de la Almudena

Sin duda, un barrio con una fisonomía arquitectónica de vanguardia, referente entre los nuevos arquitectos, reconocido con múltiples galardones año tras año, en el que se unen la belleza arquitectónica con la funcionalidad y cotidianeidad de los usos, merecía tener una calle dedicada a un gran arquitecto y un gran divulgador de esta faceta de las Bellas Artes. Y no se nos ocurre una persona con más merecimientos. Hubiera disfrutado trabajando en el Ensanche, eso seguro.